Desarrolla tu inteligencia ecológica

Es el momento de enfrentarnos al reto de pensar en las consecuencias de nuestros actos sobre el entorno y las generaciones futuras.

Daniel Goleman, el autor que popularizó el concepto de inteligencia emocional, también ha definido la inteligencia ecológica. Es aquella que integra el impacto ecológico de cualquier decisión que tomemos y requiere capacidad para informarse, para prever y para realizar finalmente las elecciones más apropiadas. Pero no nacemos con inteligencia ecológica. Es necesario adquirir ciertos hábitos para desarrollarla.
En primer lugar, no hay que creerse el marketing. El calificativo “verde” o “ecológico” en la etiqueta de un producto puede ocultar impactos ambientales muy importantes. Un producto puede ser más verde que la competencia porque no utiliza determinado componente y, sin embargo, continuar siendo contaminante, energéticamente poco eficiente o con una huella ambiental exagerada. 
Es algo que puede ocurrir, por ejemplo, cuando el producto procede de China o Australia, teniendo en cuenta sólo el impacto del transporte. En el peor de los casos, los adjetivos sólo son una estrategia publicitaria y, en buena parte, un engaño: conocemos bien las espectaculares campañas "verdes" de empresas como Iberdrola y Endesa, que en realidad venden energía nuclear y emiten enormes cantidades de CO2. Por la misma razón, un medio de comunicación no puede informar convincentemente sobre ecología si se financia con el dinero de empresas como estas a través de la publicidad.
Si somos de los que llevamos nuestra propia bolsa cuando vamos a comprar a la tienda, sabemos distinguir hasta cierto punto los productos más sanos y con menos impacto ambiental y, además, separamos la basura en casa y reciclamos el papel, podemos llegar a sentir que estamos haciendo todo lo posible por el planeta; es decir, que somos ecológicamente inteligentes. Sin embargo, no es suficiente. 
El dramaturgo noruego Henrik Ibsen acuñó la expresión “mentira vital” para referirse a las historias consoladoras que nos inventamos para ocultar verdades más dolorosas. Daniel Goleman cree que algo así les pasa a quienes se contentan con unos pocos gestos verdes, que a menudo van a acompañados de un reparto de culpas contra las grandes empresas y los gobiernos por no hacer que todo sea diferente. Pero, al mismo tiempo, se continúa yendo en coche a todas partes, se sueña con largos viajes en avión y se deja la televisión encendida. Son contradicciones muy humanas de las que resulta difícil librarse porque no se puede romper fácilmente con todo lo que se ha heredado. 
Cultivar las cualidades de la inteligencia ecológica ayuda a introducir los cambios necesarios en la vida personal y a promoverlos en la sociedad. El teórico Howard Gardner afirmó que el ser humano tiene la habilidad innata de observar y adaptarse a las características del entorno, por eso puede vivir en lugares tan distintos como el Polo Norte y la selva. En nuestro días, la observación se hace con medios técnicos y es enormemente compleja, pero posible. Ya existe mucha información científica sobre las interacciones entre las industrias, los sistemas naturales, la salud y la sociedad. Se trata sólo de obtener conclusiones y tomar las decisiones oportunas.     
Empatía con la vida
Otro aspecto de la inteligencia ecológica es la empatía hacia toda forma de vida. La empatía es una forma de amor. Significa darse cuenta de cualquier signo de sufrimiento generado en los animales, las plantas y los ecosistemas. El conservacionismo o la defensa de la dignidad de los animales no puede realizarse desde la frialdad de los datos científicos, sino gracias al vínculo emocional entre los seres humanos y los entornos naturales. 
Es un sentimiento natural, pero ha sido inhibido por una ideología que durante siglos ha sostenido que la naturaleza está al servicio del ser humano y que el resto de seres vivos carecen de derechos. Según Goleman, si queremos proteger la naturaleza y a nosotros mismos, debemos “sensibilizarnos a la dinámica de la naturaleza”.   
Necesidad de colaborar
¿Deseamos que la vida de nuestros nietos sea menos bella y más complicada que la nuestra? Si no es así, ahora es cuando hay que evitarlo. Para ello no bastan las decisiones personales desconectadas de las demás personas. La colaboración es mucho más eficaz. El ser humano es un animal social que se enfrenta como especie a problemas de enorme complejidad. La respuesta sólo puede ser conjunta y fruto de la inteligencia compartida, que reúne las capacidades de expertos e instituciones sociales. El reto es reorientar entre todos las prioridades. 
Los ciudadanos de a pie, que no forman parte de los grupos de especialistas ni tienen el poder ejecutivo, disponen de su voto y, además, de la posibilidad de formar parte de cooperativas de consumidores, asociaciones vecinales o culturales, así como de organizaciones de defensa de la naturaleza y de solidaridad en las que puede participar en la medida de sus posibilidades. Se trata de hacer algo más que pagar una cuota mensual para descargar la conciencia. Además, en los boletines de las organizaciones se halla información que ayuda a tomar muchas decisiones cotidianas.
Por otra parte, está internet, que facilita el acceso gratuito a la información y la participación en redes sociales con motivaciones específicas. Si encontramos sitios y grupos que nos merezcan confianza, podemos implicarnos en acciones colectivas de gran eficacia.
Cauces de una nueva manera de pensar 
El poeta, ensayista y profesor de Filosofía moral Jorge Riechmann propone en su imprescindible libro Biomímesis una serie de ideas útiles para crear una vida más ecológica y placentera.   
LAS CUATRO LEYES INFORMALES de la ecología, formuladas por Barry Commoner, funcionan a menudo como pauta de pensamiento: 
1. Todo está relacionado con todo lo demás. 
2. Todas las cosas van a parar a algún sitio. 
3. La naturaleza sabe más. 
4. Nada procede de la nada.
■ EL FUTURO NO ESTÁ ESCRITO. Para bien o para mal, no se puede saber ni decidir cómo va a ser el futuro en todos sus detalles. El cambio creativo es inherente a la vida y siempre nos pilla por sorpresa. Como dice el sociólogo Edgar Morin, aún en el más negro de los escenarios, “sigue siendo posible lo improbable”.
■ VERDADERAS NECESIDADES. Nada ha demostrado que la antigua filosofía epicúrea no esté en lo cierto cuando pone por encima de los bienes materiales la libertad, el placer y la amistad. La sabiduría se halla en la moderación y el conocimiento de los límites. 
■ COOPERAR EN LUGAR DE COMPETIR. El ser humano está biológicamente preparado para empatizar y colaborar con los demás. Éstos son los caminos para solucionar problemas que implican a todos y para vivir plenamente. La ideología de la competencia, en cambio, promueve la envidia, la soledad, la depresión, la violencia, la perpetuación de los conflictos… 
■ LA VIDA INTERIOR. La contrapartida al volcarse en la necesaria vida social es cultivar la vida interior. Es un lugar de libertad absoluta, de aventura, de placer y de creación. En el fondo del alma cada persona encuentra sus razones para vivir de una manera u otra. Respetar de verdad la vida interior de los demás da lugar a nuevas formas de relacionarse, más creativas y relajadas.

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