Residuos tóxicos y miseria: el día a día de los trabajadores del puerto de Chittagong

Residuos tóxicos y miseria: el día a día de los trabajadores del puerto de Chittagong

Algunos lugares del mundo se caracterizan por su belleza y despampanante atractivo. Puntos del globo que congregan a centenares de miles de visitantes, maravillados por las cualidades únicas, su rareza y valor turístico. 
Otros, en cambio, son verdaderos senderos del infierno en la Tierra. Puede que todo se resuma a las cosas que ahí suceden, como Medio Oriente y los crímenes de honor contra las mujeres, o los factores históricos, económicos, sociales y geopolíticos que confabulan para que una zona específica se transforme en una pesadilla para sus habitantes, como la frontera entre República Dominicana y Haití.

Otro de esos paisajes surreales y tristemente infames que puedes hallar en el mundo se encuentra al sur de Asia, en Bangladesh. Se trata del puerto de Chittatong.

En el puerto de Chittagong se respira miedo y desesperanza. Es una de las ciudades más importantes de Bangladesh, al sur de Asia. 

En este lugar tan peculiar se encuentra un desguace de barcos y buques, alguna vez los medios de transporte más imponentes y comunes en el mundo, provenientes principalmente de Europa y países ricos, que a toda costa se deshacen de la “chatarra”

Chittagong cuenta con alrededor de 4 millones de habitantes y la mayoría se dedica a una de las actividades más peligrosas para el ser humano. Su nivel de vida es precario, sin futuro y con poca esperanza de progreso o de salir de la extrema pobreza. 
Es un lugar sucio y peligroso, donde el hermoso litoral con las playas más fabulosas del mundo se ha convertido en un cementerio de embarcaciones y reciclaje de desechos. Los trabajadores, mayormente inmigrantes desesperados de otras partes de Asia, cumplen largas y extenuantes jornadas laborales, con pocas prestaciones y sin respaldo financiero o logístico básico, en caso de que sufran accidentes, que puede ser bastante común, considerando que no cuentan con gafas protectoras, guantes, fajas ni cascos.

Estos hombres, al ser parias de alguna manera parias de la sociedad, no conocen sus derechos laborales. Su nivel de educación es mínima y, debido a la pobreza y a oportunidades escasas, acceden a trabajar en el puerto, donde día a día arriesgan su vida. Muchos de ellos mueren en la obra o por enfermedades como cáncer, ya que respiran grandes cantidades de plomo y cadmio. Se La misma situación que viven los hombres adultos la vivirán sus hijos. Es casi imposible que los descendientes obtengan empleos con mejores oportunidades o formas de ganarse la vida que no sea en el puerto de Chittagong.

La vida de esta comunidad de obreros es muy monótona y deprimente. Sus hijos raramente asisten al colegio, lo que corta aún más las esperanzas de un mejor futuro. Los hombres salen de sus casas, muchos de ellos descalzos, sin ropa adecuada a ganarse la vida, con la esperanza de retornar a sus hogares sanos y salvos. "Primero sobrevivo, después trabajo" es su lema, aunque suene irónico, ya que muchos no vuelven al siguiente día, tal vez por infecciones a raíz de cortes en su piel, caídas de láminas o vigas enormes y por el simple hecho de respirar gases tóxicos de ácidos corrosivos.

La crisis económica que afecta a todas las naciones es una razón de peso, pues hace que el puerto esté siempre rebosante, lleno de barcos en fila, que terminan sus días en Chittatong para ser desmantelados por los trabajadores. El procedimiento es siempre el mismo: tras la llegada de los buques, se recuperan objetos y artefactos que puedan ser valiosos. Luego se extraen los motores, para lo que sólo se usan maquinarias rudimentarias, como grúas o sopletes, lo que dificulta las labores. Los trabajadores con mayor jerarquía hacen las funciones menos pesadas.

Las compañías dueñas de los barcos no se hacen responsables de los desechos tóxicos que desprenden, por lo que se violan varias garantías de seguridad a los seres humanos y, obviamente, al medio ambiente. Algunos desechos son simplemente incinerados a cielo abierto, por lo que las aguas, las tierras y el aire de Chittagong está sumamente contaminado.

Es lamentable cómo los trabajadores, quienes se encargan de recolección del material de segunda mano (que después es vendido a mayores costos), no reciban remuneraciones ni mejores beneficios para ellos y sus familiares.

Bangladesh recupera y obtiene casi 80 % de su acero gracias a este tipo de actividades. También se genera una microeconomía por medio de pequeños puestos que se sitúan alrededor de la playa, en los cuales se venden lanchas, chalecos, timones o hasta objetos que fueron rescatados de las embarcaciones, que también incluyen cocinas o vajillas. Estas personas, más que ser trabajadores, son autómatas, esclavos de su misma sociedad. Su ganancia diaria no supera un euro, por lo que viven en chozas de paja, sin agua y servicios de salud, es decir, en la miseria total. Por eso en Chittagong se respira la desesperanza, la miseria y la muerte. MARIANA ROJAS

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